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El Folklore castellano

El Folklore castellano
“Existen pues, en Castilla tradiciones, costumbres, ambiente, color y canciones nacionales, hasta el extremo que ninguna otra nación ha presentado hasta la fecha ciertas especies de que hoy puede hacer gala Castilla ...
En casi toda Castilla existen las mismas especies y abundan los ejemplares de cada una éstas. Los ejemplares, es decir, las mismas tonadas, no se repiten por lo general en las distintas provincias, ni aún casi en los pueblos de la región misma. En muchos sitios y diversas regiones, no obstante, he encontrado ciertas canciones repetidas como las Carrasquillas, las habas verdes, las Rondas, el Trepelete y otras varias ...
Lo que ocurre hoy a Castilla es que está siendo objeto de un gran infortunio. Castilla muy castigada tiene a muchos de sus hijos pobres y de estos va desapareciendo la expansión y la alegría que da el bienestar de la fortuna. Sus tradiciones, sus costumbres y sus canciones se van amortiguando, se van muriendo. Esto se debe evitar a todo trance ...”

Folk-lore de Castilla ó Cancionero popular de Burgos
Federico Olmeda. 1903

Las canciones tradicionales castellanas han venido ajustándose en su funcionalidad a dos ciclos principales:

  • el vital: con sus temas de cuna, infantiles, de quintos o de bodas,

  • el anual, que seguía de cerca aquellas festividades más significativas del mundo rural, tanto por su significación religiosa como por su coincidencia con determinados hitos del calendario agrícola; encontramos, así, en los distintos cancioneros populares, temas de matanza, de Navidad, de botargas, de san Antón, de las Candelas, de Carnavales, de Cuaresma, de Semana Santa, marzas, de esquileo, rondas, mayos, rogativas, a la cruz de mayo, a San Antonio, de recolección, de vendimia, aradas, ...

    Como efecto de una refolklorización tardía, que no va más allá del final del siglo pasado, las músicas tradicionales de otras tierras han terminado por uniformarse e identificarse preferentemente con un género (la jota, la sardana, la muñeira, el fandango,...) o un instrumento (la gaita, la guitarra, el txistu,...) a menudo atribuyéndose en exclusiva lo que es herencia común de casi todos los pueblos. Por el contrario, la tradición musical de Castilla ha conservado, sin que ninguno prevalezca sobre otros y los oscurezca, todos los instrumentos, todos los géneros, todas las voces, todos los estilos y todos los rasgos musicales que enriquecen el acervo folklórico castellano.

    Los temas cantados o instrumentales resultan variadísimos según las comarcas y lugares, de modo que encontramos dentro de la geografía castellana ritmos agudos y llanos, ruedas, corridos, boleros, seguidillas, jotas, carrasquillas, jerigonzas, charradas, fandangos, rebolados, dianas, pasacalles, entradillas, paloteos, ...evolucionando desde la austeridad de las protomelodias arcaicas hasta los tonos bien perfilados y definidos, pasando por todo un amplísimo abanico de sonoridades en que se adivinan siglos enteros de práctica musical viva que repite, transforma e inventa constantemente.

    Se podría pensar que esta variedad es debida al amplio número de comarcas castellanas que agrupan tipos de gentes tan distantes y tan dispares. Pero esto es sólo verdad a medias. Porque en Castilla se aúnan los más diversos matices de colorido con la unicidad de las raíces sonoras de las músicas. Si se quisiera resumir en un rasgo característico la sonoridad del folklore castellano, tendríamos que caracterizarlo por un lirismo hondo, presente en las músicas y en las palabras, y expresado con una sorprendente economía de medios, lo que da unidad al repertorio musical tradicional de nuestra tierra.

    Si variados son los estilos y las voces, no menos variados son los instrumentos. Desde los sones vetustos del rabel, la flauta (gaita) de tres orificios y la gaita de saco, capaces de emitir notas ambiguas que parecen desafinaciones, pero que son supervivencias arcaicas que permiten a estos viejos ingenios sonoros emparentarse y emparejarse profundamente con la música vocal, hasta los toques del repertorio dulzainero, generalmente más recientes, pero profundamente enraizados también en el repertorio vocal. O los de las guitarras y rondallas que sirven de cauce rítmico a jotas, fandangos, seguidillas y rondeñas, géneros que toman en las comarcas castellanas sonoridades propias, muy diferentes de las de tierras más al sur.

    En cuanto a los instrumentos de hacer ritmo la paleta tímbrica es de una riqueza no menos sorprendente. Aunque la pandereta es por estas tierras el instrumento más frecuente para trazar el cauce rítmico a las voces, no hay que olvidar la inagotable multiplicidad de sonidos originada, tanto por la variedad de tamaños, formas y complementos sonoros de este instrumento, desde la pequeña panderetilla que se puede sujetar con el pulgar hasta los enormes panderos norteños que hay que apoyar sobre el pecho, pasando por los de forma cuadrada, pervivencia del adufe árabe, como por las innumerables formas de ponerla en acción para extraerle timbres diversos.

    Escuchar, la infinidad de matices que un tamborilero (gaitero) es capaz de sacar a su instrumento acompañante, desde el fortísimo al pianísimo, desde lo bronco hasta lo sutilmente fino, desde el repiqueteo menudo hasta la lenta severidad del toque procesional, es caminar de sorpresa en sorpresa por nuestra tierra castellana. Oír y distinguir la gran variedad de chismes y cacharros que han pasado a formar parte del conjunto de timbres idiófonos característico de algunos toques y sones (almireces, cucharas, cribas, sartenes percutidas con dedales, botellas frotadas, cántaros soplados, tejoletas, palos, palillos, ...) es un regalo para el oído, porque todos ellos contribuyen, no a vulgarizar lo popular, sino a enriquecer lo tradicional con una gama variadísima de matices siempre nuevos.

    Federico Olmeda (1865 – 1909)
    Natural de Burgo de Osma, donde realizo las carreras eclesiástica y musical, fue el primer músico folklorista que abordo el trabajo de recopilación y transcripción de la música de tradición oral con mente clara y con un procedimiento sistemático. Olmeda recorre directamente los pueblos burgaleses, de los que da referencia, y allí recoge las melodías de labios de esos cantores “nativos” que son depositarios de la herencia musical tradicional adquirida por tradición oral y practicada a diario en cada momento de la vida y en cada época del año. “El folklore de Castilla o Cancionero popular de Burgos” recopilado por Olmeda dejó bien claro que Castilla tenía una tradición musical tan rica, variada y original en sonoridades como podían serlo las de las que ya se conocían, aparte de un arcaísmo muy sugerente.

    Junto con el “Cancionero salmantino” de Dámaso Ledesma (1907), el “Folklore leonés” de M. Fernández Nuñez (1931) y el “Cancionero de Castilla o Cancionero segoviano” de Agapito Marazuela, recopilado entre 1910 y 1930 pero publicado en 1964, el cancionero de Olmeda, como obras de recopilación temprana, constituyen la base para el conocimiento de la tradición musical de las tierras castellanas.

    A estos autores se sumaran, a lo largo del siglo XX otros como González Pastrana “La montaña de León: cien canciones armonizadas” (1910), Gabriel M. Vergara “Coplas y romances que cantan los mozos en algunos pueblos de Castilla la Vieja” (1915), Gonzalo Castrillo “Estudio sobre el canto popular castellano” (1925), Narciso Alonso Cortés “Romances populares de Castilla” (1906), Gaspar de Arabolaza “Aromas del campo: así canta Castilla” (1933), Domingo Hergueta “Folklore burgalés” (1934), Aníbal Sánchez Fraile “Nuevo cancionero salmantino” (1943), Manuel García Matos, Justo del Río, Joaquín Díaz, ...

  • 2 comentarios

    Roberto -

    Ha estado guay, y a mí lo que mas me ha gustado ha sido:
    “Existen pues, en Castilla tradiciones, costumbres, ambiente, color y canciones nacionales, hasta el extremo que ninguna otra nación ha presentado hasta la fecha ciertas especies de que hoy puede hacer gala Castilla ...
    En casi toda Castilla existen las mismas especies y abundan los ejemplares de cada una éstas. Los ejemplares, es decir, las mismas tonadas, no se repiten por lo general en las distintas provincias, ni aún casi en los pueblos de la región misma. En muchos sitios y diversas regiones, no obstante, he encontrado ciertas canciones repetidas como las Carrasquillas, las habas verdes, las Rondas, el Trepelete y otras varias ...
    Lo que ocurre hoy a Castilla es que está siendo objeto de un gran infortunio. Castilla muy castigada tiene a muchos de sus hijos pobres y de estos va desapareciendo la expansión y la alegría que da el bienestar de la fortuna. Sus tradiciones, sus costumbres y sus canciones se van amortiguando, se van muriendo. Esto se debe evitar a todo trance ...”

    Folk-lore de Castilla ó Cancionero popular de Burgos
    Federico Olmeda. 1903
    Las canciones tradicionales castellanas han venido ajustándose en su funcionalidad a dos ciclos principales:


    el vital: con sus temas de cuna, infantiles, de quintos o de bodas,


    el anual, que seguía de cerca aquellas festividades más significativas del mundo rural, tanto por su significación religiosa como por su coincidencia con determinados hitos del calendario agrícola; encontramos, así, en los distintos cancioneros populares, temas de matanza, de Navidad, de botargas, de san Antón, de las Candelas, de Carnavales, de Cuaresma, de Semana Santa, marzas, de esquileo, rondas, mayos, rogativas, a la cruz de mayo, a San Antonio, de recolección, de vendimia, aradas, ...

    Como efecto de una refolklorización tardía, que no va más allá del final del siglo pasado, las músicas tradicionales de otras tierras han terminado por uniformarse e identificarse preferentemente con un género (la jota, la sardana, la muñeira, el fandango,...) o un instrumento (la gaita, la guitarra, el txistu,...) a menudo atribuyéndose en exclusiva lo que es herencia común de casi todos los pueblos. Por el contrario, la tradición musical de Castilla ha conservado, sin que ninguno prevalezca sobre otros y los oscurezca, todos los instrumentos, todos los géneros, todas las voces, todos los estilos y todos los rasgos musicales que enriquecen el acervo folklórico castellano.

    Los temas cantados o instrumentales resultan variadísimos según las comarcas y lugares, de modo que encontramos dentro de la geografía castellana ritmos agudos y llanos, ruedas, corridos, boleros, seguidillas, jotas, carrasquillas, jerigonzas, charradas, fandangos, rebolados, dianas, pasacalles, entradillas, paloteos, ...evolucionando desde la austeridad de las protomelodias arcaicas hasta los tonos bien perfilados y definidos, pasando por todo un amplísimo abanico de sonoridades en que se adivinan siglos enteros de práctica musical viva que repite, transforma e inventa constantemente.

    Se podría pensar que esta variedad es debida al amplio número de comarcas castellanas que agrupan tipos de gentes tan distantes y tan dispares. Pero esto es sólo verdad a medias. Porque en Castilla se aúnan los más diversos matices de colorido con la unicidad de las raíces sonoras de las músicas. Si se quisiera resumir en un rasgo característico la sonoridad del folklore castellano, tendríamos que caracterizarlo por un lirismo hondo, presente en las músicas y en las palabras, y expresado con una sorprendente economía de medios, lo que da unidad al repertorio musical tradicional de nuestra tierra.

    Si variados son los estilos y las voces, no menos variados son los instrumentos. Desde los sones vetustos del rabel, la flauta (gaita) de tres orificios y la gaita de saco, capaces de emitir notas ambiguas que parecen desafinaciones, pero que son supervivencias arcaicas que permiten a estos viejos ingenios sonoros emparentarse y emparejarse profundamente con la música vocal, hasta los toques del repertorio dulzainero, generalmente más recientes, pero profundamente enraizados también en el repertorio vocal. O los de las guitarras y rondallas que sirven de cauce rítmico a jotas, fandangos, seguidillas y rondeñas, géneros que toman en las comarcas castellanas sonoridades propias, muy diferentes de las de tierras más al sur.

    En cuanto a los instrumentos de hacer ritmo la paleta tímbrica es de una riqueza no menos sorprendente. Aunque la pandereta es por estas tierras el instrumento más frecuente para trazar el cauce rítmico a las voces, no hay que olvidar la inagotable multiplicidad de sonidos originada, tanto por la variedad de tamaños, formas y complementos sonoros de este instrumento, desde la pequeña panderetilla que se puede sujetar con el pulgar hasta los enormes panderos norteños que hay que apoyar sobre el pecho, pasando por los de forma cuadrada, pervivencia del adufe árabe, como por las innumerables formas de ponerla en acción para extraerle timbres diversos.

    Escuchar, la infinidad de matices que un tamborilero (gaitero) es capaz de sacar a su instrumento acompañante, desde el fortísimo al pianísimo, desde lo bronco hasta lo sutilmente fino, desde el repiqueteo menudo hasta la lenta severidad del toque procesional, es caminar de sorpresa en sorpresa por nuestra tierra castellana. Oír y distinguir la gran variedad de chismes y cacharros que han pasado a formar parte del conjunto de timbres idiófonos característico de algunos toques y sones (almireces, cucharas, cribas, sartenes percutidas con dedales, botellas frotadas, cántaros soplados, tejoletas, palos, palillos, ...) es un regalo para el oído, porque todos ellos contribuyen, no a vulgarizar lo popular, sino a enriquecer lo tradicional con una gama variadísima de matices siempre nuevos.

    Federico Olmeda (1865 – 1909)
    Natural de Burgo de Osma, donde realizo las carreras eclesiástica y musical, fue el primer músico folklorista que abordo el trabajo de recopilación y transcripción de la música de tradición oral con mente clara y con un procedimiento sistemático. Olmeda recorre directamente los pueblos burgaleses, de los que da referencia, y allí recoge las melodías de labios de esos cantores “nativos” que son depositarios de la herencia musical tradicional adquirida por tradición oral y practicada a diario en cada momento de la vida y en cada época del año. “El folklore de Castilla o Cancionero popular de Burgos” recopilado por Olmeda dejó bien claro que Castilla tenía una tradición musical tan rica, variada y original en sonoridades como podían serlo las de las que ya se conocían, aparte de un arcaísmo muy sugerente.

    Junto con el “Cancionero salmantino” de Dámaso Ledesma (1907), el “Folklore leonés” de M. Fernández Nuñez (1931) y el “Cancionero de Castilla o Cancionero segoviano” de Agapito Marazuela, recopilado entre 1910 y 1930 pero publicado en 1964, el cancionero de Olmeda, como obras de recopilación temprana, constituyen la base para el conocimiento de la tradición musical de las tierras castellanas.

    A estos autores se sumaran, a lo largo del siglo XX otros como González Pastrana “La montaña de León: cien canciones armonizadas” (1910), Gabriel M. Vergara “Coplas y romances que cantan los mozos en algunos pueblos de Castilla la Vieja” (1915), Gonzalo Castrillo “Estudio sobre el canto popular castellano” (1925), Narciso Alonso Cortés “Romances populares de Castilla” (1906), Gaspar de Arabolaza “Aromas del campo: así canta Castilla” (1933), Domingo Hergueta “Folklore burgalés” (1934), Aníbal Sánchez Fraile “Nuevo cancionero salmantino” (1943), Manuel García Matos, Justo del Río, Joaquín Díaz, ...
    ¿Pero, quien ha sido el autor?

    Amparo García-Otero -

    Quisiera informar a los amantes de la música tradicional castellana sobre el nuevo proyecto de los cantautores Nino Sánchez y Amparo García-Otero.

    http://juglaresdelduero.blogspot.com/